La presión era abrumadora. Entre ellos yacía el objeto: un núcleo de energía revestido de adamantium santificado, aproximadamente del tamaño de un puño enguantado. Caelen se alzaba sobre ella, recuperado en toda su estatura. Sin armadura. Pero en una galaxia que reduce incluso a los santos a polvo, su mayor acto de servicio no provendría de la batalla, sino de la rendición. Sin armas. Su orgullo, destrozado. Pero él levantó la vista al verla entrar. «Lo llevaste tú, niña».
Roxy no dijo nada. Solo una mujer arrodillada, iluminada por un único rayo de luz, con las manos sobre el vientre y la mirada alzada en oración. Caelen se alzó sobre ella, recobrando toda su estatura. La miró, aún convulsionando en el suelo, y por una vez, los poderosos Astartes no encontraron palabras. No gritó. Verena susurraba oraciones mientras trabajaba, en parte para consolar a Roxy, en parte para fortalecerse. Resistió, porque no tenía otra opción.